Político Católico ¿Tiene Sentido?
Original tomado de: Revista sociedad. Número 61. Año 7. 2002.
http://www.revistarealidad.cl/2002/n6/sociedad.htm
HACE UNOS DÍAS LEÍ UN emplazamiento hecho a los políticos católicos a votar en contra de un proyecto de ley que contradecía los principios de un creyente. Creo que tales llamados se incrementarán en la medida que se discutan proyectos de ley en el congreso que tengan un alto contenido valórico. Por eso es lógico plantearse algunas interrogantes como éstas: ¿Cuánto aporta a un político su confesada religiosidad? ¿para un parlamentario es relevante adscribirse a un credo religioso? Estas preguntas que podrían responderse con aparente facilidad, esconden preguntas aún más complejas. A otros podrían parecer preguntas irrelevantes, pero basta echar un vistazo a lo profundo que a veces se vuelve el debate político, para captar su importancia. Por tanto, no es una cuestión trivial.
Es un tema muy amplio del que podríamos hablar en extenso. Pero para poder decir algo, hay que acotarlo. Las reflexiones las centraré en estas dos preguntas:
1) ¿Influye el credo religioso en el político que adhiere a ella?
2) ¿Es un aporte o un lastre?
Por cuestiones de espacio, hay que hacer aún más concreto el tema. Las reflexiones las hacemos en Chile acerca de actores políticos de nuestro país. La primera realidad que nos encontramos es que la religión católica es la fe mayoritaria en este país. Por respetables que sean otros credos religiosos, no son fuente de inspiración en políticos relevantes de la actualidad nacional (aunque con el tiempo otros credos serán representados, y ojalá así sea). Por lo mismo reflexionar sobre religión como concepto abstracto sería interesante, pero resulta más realista para la situación actual analizar lo que puede ser el influjo de la fe católica en los políticos de hoy.
Vamos con la primera interrogante, entonces ¿influye en un político su credo religioso o es más bien un mero dato anecdótico?. No es fácil responder. Podríamos acudir a la experiencia y recabar información del actuar de muchos políticos, y así dar un veredicto de si la religión ha influido en aquellos que dicen adherirse a ese credo, o ha sido más bien algo periférico en sus determinaciones o actuaciones. Un análisis así sería muy restringido, aunque interesante. Pero no tendría en cuenta ni la fragilidad humana, ni la naturaleza de la religión. Por lo demás estas reflexiones no son hechas desde la óptica del sociólogo que busca constatar una realidad, sino desde la perspectiva del que busca el deber ser de estas cuestiones.
Preguntemos entonces a la religión, a su naturaleza, si ésta busca o no influir en el actor político. Ella es un fenómeno que supera el análisis político, económico o el de cualquier disciplina humana que quiera analizarla. Liga al hombre en su relación directa con Dios, un ser que por fe conoce y se relaciona con Él. Ese mismo Dios, quiere actuar en aquel que lo sigue. -- Busca que acepte una serie de principios que demuestren su adhesión total a su plan. En realidad la religiosidad no es una cuestión de “adhesión a ciertas ideas”, sino una aceptación amorosa a una persona. Pero esa “Persona” en la medida que se revela, se hace cercana, pide una conducta concreta a su interlocutor. En la fe católica esa conducta se ilumina en los mandamientos, en las enseñanzas evangélicas y la doctrina de la Iglesia. Ser católico no es cuestión de normas, pero el católico las vive. Las normas o acuerdos son sólo una parte de una realidad mucho más compleja y hermosa. En esa realidad que es la religión, Dios se acerca a su interlocutor -cualquiera sea la condición social que ocupe- pidiéndole una conducta concreta, sea a través de sus enseñanzas generales, sea a través de su conciencia.
Dios no tiene un trato distinto con el político
También quiere algo de él. Conviene detenernos en este punto y ver la religiosidad no como la pertenencia a una institución, sino como la relación con una persona. Creo que así, hasta un agnóstico puede entender un poco más las exigencias de la fe en un político. No es un grupo cerrado, ni sociedad secreta que le está pidiendo actuar acorde a sus juramentos, sino una persona que le pide lo mejor de sí mismo. Dios también quiere algo del político. Para entrar al cielo (meta de todo creyente) no valdrá ningún pasaporte diplomático que lo exima del comportamiento del resto (en el juicio final no harán falta los desafueros...). Dios querrá de él una conducta cristiana en la forma y en el fondo. Es decir, querrá que se conduzca como un auténtico discípulo suyo y que el resultado de sus trabajos sea también reflejo de las enseñanzas a las que adhiere. En cuanto a la forma, al político no se le exige más que a cualquier otro “hijo de vecino”: obrar con rectitud, ser fiel a la verdad, buscar el bien del prójimo en todas sus acciones, y una seguidilla de “nos” (no calumniar, no mentir, no robar -tan de moda en estos días-, etc). El modo de regir la vida del político tiene que estar obviamente imbuida por la fe que profesa.
Recuerdo una escena impactante en la película de Spielberg “Amistad”. La película relata los sufrimientos de un grupo de esclavos transportados en una goleta que da nombre a la película y que recala en costas norteamericanas (a pesar de algunos errores históricos, tiene una serie de aciertos). En ella se suceden juicios que buscan dejar en libertad a los esclavos o entregarlos como propiedad a quienes los reclaman. El juez que es seleccionado para dictar sentencia, tiene todos los elementos para fallar a favor de los intereses de los poderosos: origen humilde, perteneciente a un credo minoritario en su país, ambición de sobresalir, etc. Sin embargo, antes de dictar sentencia lo muestran en una iglesia, rezando y pidiendo fuerzas. Es un ser humano débil ¡cuántas cosas pasarían por su cabeza!. Después de mucho rato de silencio, peticiones y luchas, saca fuerzas de su interior y toma una resolución que le acarreará problemas contra los intereses más mezquinos: escoge la libertad de la tripulación. Tal vez es una visión demasiado romántica. La vida real no tiene música de fondo. Pero no dudo que muchos hombres públicos en alguna ocasión hayan pasado por esos trances y sólo la fortaleza que viene de su relación con Dios les habrá ayudado.
Tratándose de un parlamentario es aún más interesante. Lo que éste produzca en su trabajo no es una cuestión indiferente. Habrá muchos asuntos de escasa relevancia que exigen la atención del parlamentario, pero hay otros en que hay mucho en juego. En ellos, cualquier solución no da lo mismo. Y su fe tiene algo que decir. De este modo pasamos a la segunda cuestión planteada:
2) ¿La fe es un aporte valioso para el político o es más bien una carga pesada? Al escuchar algunos parlamentarios que se declaran fervorosos miembros de la iglesia y verlos cuán incómodos se sienten cuando esta pertenencia los interpela a actuar de una manera determinada, se podría concluir con facilidad que para ellos la fe es una mochila pesada, y que quisieran deshacerse de ella cuando molesta porque se va cuesta arriba.
Esa fe se vuelve incómoda sólo cuando olvidamos el sentido más profundo de la religiosidad. Cuando se confunde la relación personal con un Dios, con la pertenencia a una institución humana “demasiado” expuesta al error. Pero la fe no puede ser una mochila pesada, cuando es libertad por definición. Esta tiene que ser luz para el que la ha aceptado con libertad. Tiene que ser fuente de reflexión para el que busca conocerla sin prejuicios. En ella confluyen tanto la sabiduría divina, como el cúmulo de sabiduría humana que ha recogido la historia secular de la Iglesia. ¿Qué derecho hay para verla como la fea de la casa?
Es razonable que algunos políticos se sientan incómodos con una fe que parece quitarles la libertad. Pero es un malentendido. La fe es un aporte al político. Pero no sustituye su trabajo. Podrá ser punto de partida, luz de su trabajo. Pero no puede ser la conclusión de sus postulados. La fe no quita libertad al hombre público que busca solución a las disyuntivas morales que se le plantean. Vivimos en una sociedad en la que cada vez son más los que no adhieren a una creencia religiosa o se desencantan de ella (tal vez porque nunca la conocieron, pero ése es otro asunto). En esta situación imponer una ley por una exigencia religiosa, sería una grave falta de respeto para aquellos a quienes la fe no les dice nada. El legislador religioso se encontrará con una infinidad de principios religiosos que concordarán con los principios que deben regir la sociedad civil, pero se encontrará con muchos otros que sólo son exigibles en una órbita religiosa o civil, según sea el caso. Este trabajo de discernimiento está obligado a hacerlo. La fe no sustituye su pensamiento, lo supone e ilumina.
Además, la palabra aporte significa regalo, don. Todo don o regalo, es recibido. Algo adquirido no por mérito propio, sino por la generosidad del donante. Es un tesoro recibido para compartirlo, no para actuar con prepotencia frente al que no lo posee. No es para atrincherarse en él y mirar a los que están fuera como a enemigos. Es un pequeño telescopio que ayuda a ver mejor realidades que escapan a la simple vista, pero que se relacionan con nuestras realidades más próximas. Y ese telescopio es para invitar a otros a mirar por él. No para ufanarse de su posesión como niños malcriados.
Político católico, Católico político ¿cuál es adjetivo y cuál es el sustantivo? Otro asunto interesante.
Ojalá estas breves reflexiones sean un punto de partida para abarcar este asunto con más profundidad. No es un tema agotado. Por ahora creo que hemos podido responder al título del artículo. Realmente ser político católico, sí tiene sentido. Pero el sentido se lo dará cada político.
PABLO DESBORDES JIMENEZ
Bachiller en Filosofía, Università Regina Apostolorum, Roma
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