viernes, 26 de marzo de 2010

26 de marzo. Carta del P. Álvaro Corcuera LC sobre la situación actual de la Legión de Cristo y el Regnum Christi















¡Venga tu Reino!

Roma, 25 de marzo de 2010
Solemnidad de la Anunciación del Señor

A los miembros y amigos
del Movimiento Regnum Christi

Muy estimados en Jesucristo:

Tengo la ocasión de enviarles un afectuoso saludo en este día, solemnidad de la Anunciación. Celebramos hoy el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, quien quiso tomar nuestra naturaleza humana para expiar nuestros pecados y abrirnos el camino hacia el Padre. Misterio del amor infinito de Dios. Podía concedernos la redención por caminos más sencillos. Pero eligió el del abatimiento y la humillación de su Hijo, para mostrarnos que, si el misterio de nuestra iniquidad es muy grande, el de su amor misericordioso lo es infinitamente más.

Ya estamos casi a las puertas de la Semana Santa. Dentro de ocho días estaremos entrando en el Triduo Sacro, para acompañar a Jesucristo en esa hora tan escandalosamente incomprensible. La “hora del poder de las tinieblas” (Lc 22,53). La hora de su exaltación en la cruz. La hora, también, de su triunfo y su gloriosa resurrección.

La contemplación de estos misterios inefables nos descubre una presencia sigilosa, materna: María santísima. En Nazaret, en Belén, en el Calvario, María está presente, no como espectadora, sino plenamente inmersa, tomando parte activa en el misterio. María nos invita a entrar, como Ella, aceptando la parte que Cristo quiere asignarnos, porque también nosotros somos co-protagonistas.

Es en este contexto que quisiera presentarles el comunicado que estamos publicando juntamente con esta carta.

1. Como podrán constatar, casi todo su contenido son temas sobre los que, de una u otra manera, ya hemos venido conversando durante más de un año. Lo hemos hecho con algunos de ustedes en particular, con otros en reuniones y encuentros más numerosos. También he procurado en varias ocasiones escribirles a todos, conjuntamente. Hemos orado juntos muchas veces. Sé que también los legionarios y miembros consagrados que les atienden han puesto todo su esfuerzo por estar a su disposición para responder a sus interrogantes e inquietudes en la medida en que los mismos temas se han venido esclareciendo poco a poco.

Ha sido éste un período muy doloroso para todos. Incluso traumático. El repentino desvelarse de algunas facetas de la vida de nuestro fundador que no correspondían para nada a lo que nosotros vivimos a su lado, nos tomó a todos de forma totalmente inesperada. No estábamos preparados para ello. Todos hemos tenido que pasar por un proceso de asimilación gradual, en muchos casos forzosamente lento, requiriendo un acopio inusual de recursos humanos y espirituales, que cada uno ha ido encontrando en la oración, en los diálogos con Jesucristo en la Eucaristía, en la intimidad con la Santísima Virgen, en las conversaciones con los directores, con el orientador moral o con los mismos compañeros de sección, familiares y amigos.

Como es natural, en este proceso de afrontar la realidad histórica y sus consecuencias, cada uno ha seguido un recorrido propio, de acuerdo con su sensibilidad, su trasfondo cultural, su cimentación espiritual. Y es igualmente natural que no todos se encuentren en el mismo punto. Hay quienes, con un auxilio especial de la gracia, pueden dar ya por superado este momento, como también habrá quien necesite aún de tiempo y oración para terminar de procesar y cerrar en su fuero personal este capítulo. Hemos de respetar y de comprender con mucha delicadeza el ritmo de cada uno.

2. En estos días hemos reflexionando sobre todo ello con los padres del consejo general y con los directores territoriales. Todos juntos hemos visto que, una vez leída y asimilada esta página de la vida de la Legión de Cristo y del Regnum Christi, nos toca dar un paso adelante, en lo personal y como institución, para cerrar este capítulo de nuestra historia e iniciar uno nuevo.

Es verdad que todavía estamos a la espera de los resultados de la visita apostólica, cuya fase operativa ha concluido. Indudablemente estamos en disposición de plena apertura y acogida dócil y sobrenatural de todo cuanto el Santo Padre juzgará conveniente indicarnos. Pero mientras llega ese momento, que presumiblemente tardará aún varios meses, queremos, por así decir, ponernos en marcha, reemprender nuestro camino con fe y humildad y relanzarnos a trabajar con todo nuestro ardor en la misión que el Señor nos ha encomendado al servicio de la Iglesia. El comunicado adjunto, además de lo que representa por sí mismo, responde también a este propósito de relanzamiento institucional.

3. Pienso que la contemplación del ejemplo de la Santísima Virgen puede mostrarnos cuáles son las disposiciones que deben acompañarnos en el momento histórico que nos toca vivir. Desde la Anunciación en Nazareth hasta el trance del Calvario, el alma de María se revela llena de fe, de esperanza y de amor teologales. Son las tres virtudes que Dios nos pide cultivar intensamente. Fe, que ilumina el pasado. Esperanza, que nos alienta ante el futuro. Amor, que nos compromete en el presente.

4. Fe, que ilumina el pasado.

¡Cuántos acontecimientos vinieron a trastornar la vida de María, sin que Ella pudiera comprender! Desde el anuncio mismo del ángel, pasando por un sinfín de imprevistos, contratiempos, percances, contrariedades, y al final, el desenlace trágico, ciertamente anunciado, pero igualmente incomprensible, tan contrario a lo que razonablemente cabría esperar del destino de uno que es nada menos que el Hijo de Dios. Ella, ¿qué hacía? ¿cómo reaccionaba?

«Su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc 2,51). Las meditaba. Desde la fe. Las meditaba sin entender. Las platicaba con Dios, sin pedirle cuentas ni explicaciones. Sencillamente sabía que todo formaba parte de sus designios, que Él sí sabía qué y por qué hacía. Y eso le bastaba. Aunque no entendiera nada. Meditaba todas las cosas, no para quedarse en un lamento estéril ni para compadecerse a sí misma. Para tratar de comprender mejor el plan de Dios. Para pedirle fuerzas para aceptarlo. Y para entregarse dócil, humilde y gozosamente a su realización.

En el Calvario, al pie de la cruz: silencio y oración confiada. Una vez más, no entendía nada. Aquello era tan atroz, tan infamante, tan imposiblemente siniestro. Pero si sus ojos estaban empañados por las lágrimas, y su mente aturdida por el desconcierto, su alma resplandecía de fe. Sabía que Dios estaba cumpliendo sus designios. Y de nuevo respondió: “sí”. Y seguía meditando. Meditaba, creyendo. Creía, confiando.

Pienso que esa es la fe que Dios nos está pidiendo. Quizás nunca llegaremos a comprender el porqué de tantas cosas que han venido a la luz. Ni por qué Dios eligió un instrumento así para poner en pie la Legión de Cristo y el Regnum Christi. ¿Por qué la Legión y el Regnum Christi no podrán presentar la figura del fundador igual que otras congregaciones y movimientos? Dios lo sabe. Hemos de aceptarlo con fe. Y con fe y humildad reconocer que, a pesar del misterio tan grande, Dios es más sabio que nosotros. Una vez más se verifica su advertencia: «Mis caminos no son vuestros caminos» (Is 55,8).

Dios nos pide fe para creer firmemente que «todas las cosas cooperan al bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28), y por tanto, que Él está preparándonos para una efusión de gracia especial. Hemos de confiar en que Él, que ha permitido que las cosas sucedieran así, es suficientemente bueno y poderoso para sacar bienes mayores. En parte ya los vemos. Estoy seguro que veremos muchos más. El Catecismo nos enseña que «con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas», y que «del mayor mal moral que ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf Rm 5,20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención». Al mismo tiempo nos advierte que «no por esto el mal se convierte en un bien» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 312).

Con fe hemos de descubrir y aceptar que, por encima de todas las vicisitudes que configuran nuestra historia pasada, la Providencia divina es quien realmente dirige nuestro destino. La fe nos ayuda a creerlo de verdad, aunque a veces pueda parecernos que vamos en la dirección equivocada. Y aunque a veces nuestros ojos sólo vean la intervención, con frecuencia torpe, de la libertad humana. Muchos factores han determinado, en este último año, el rumbo que han seguido la Legión y el Movimiento Regnum Christi. Uno de esos factores ha sido la actuación de los directores. Vista desde la perspectiva humana, se podrá juzgar que ha sido más o menos acertada. O desacertada. Repasando en particular mi propia actuación, dada la responsabilidad que me corresponde, puedo asegurarles que en todo momento he intentado proceder con la mayor pureza de intención y la máxima prudencia; he pedido diariamente al Espíritu Santo el don de consejo, que como saben, ilumina y perfecciona la virtud de la prudencia. Me he ayudado del consejo general, de muchos hombres de Iglesia y de ustedes. Hemos buscado tomar cada decisión y dar cada paso en la presencia de Dios y tratando de discernir cómo actuaría Jesucristo. Pero no soy infalible. No sé si he acertado. Seguramente no en todo. Los demás directores habrán podido también cometer alguna equivocación, en medio de innumerables actuaciones atinadas. Pero lo que sí es indudable es que Dios sabe escribir recto sobre renglones torcidos. A pesar de las grandes limitaciones y defectos de los instrumentos, Dios ha guiado nuestra trayectoria en el pasado, y nos seguirá conduciendo en el futuro. La fe de María nos lo asegura.

5. Esperanza, que nos alienta ante el futuro.

María nos da también un ejemplo de esperanza. Ella nunca sucumbió a la tentación de la desconfianza. Hubo momentos terribles en que el futuro parecía no tener salida. Le anunciaron una maternidad virginal, y bien sabía Ella las sospechas que eso podría suscitar. Le anunciaron que debían salir de prisa hacia Egipto, huyendo del odio de Herodes; y es fácil adivinar la incertidumbre y la zozobra que habrán embargado su ánimo. Le anunciaron que una espada traspasaría su alma, y debió soportar muchos años bajo la ansiedad de la profecía que habría de cumplirse. Bajo la cruz de su Hijo escuchó el anuncio de una nueva maternidad universal… Pero Ella aprendió a ponerse, una y otra vez, en las manos de Dios, con una esperanza sin límites. Y Dios no defraudó su esperanza.

Como la Virgen María, también nosotros hemos de mirar el futuro con una gran esperanza en Dios, sin que ninguna tormenta pueda robarnos el optimismo, que es propio de quien sabe, como san Pablo, que nada nos separará del amor de Cristo y que todo lo tenemos por pérdida en comparación con la experiencia del amor de Cristo, único motivo de nuestra existencia.

La confianza sigue a la fe. Si de verdad creemos en Dios, en su Providencia, en su sabiduría y bondad infinitas, no podemos menos que aferrarnos a su mano y poner en Él, solamente en Él, toda nuestra confianza. Nada del futuro puede hacernos temer.

Mirar el futuro con esperanza teologal significa encararlo con un profundo sentido de responsabilidad. Es Dios quien ha querido suscitar la Legión de Cristo y el Regnum Christi, para darle a la Iglesia un grupo de apóstoles que colaboren, con humildad y pasión, en la gran misión evangelizadora. Él no nos va a abandonar. No nos va a defraudar. Sólo nos pide santidad de vida, coherencia y responsabilidad, para no defraudarle a Él, a la Iglesia, a la sociedad y a las almas.

6. Amor, que nos compromete en el presente.

María no sólo creía y esperaba. Sobre todo amaba a Dios. Por amor aceptó en todo momento su voluntad santísima, y se entregó a cumplirla diligentemente, sin pensar en sí misma, en su comodidad, en su fama, en su bienestar. Sólo le importaba amar a Dios y cumplir su voluntad.

Es el compromiso que Dios nos pide también a nosotros en esta hora. Si la fe nos hace ver que todo contribuye para el bien de los que aman a Dios, hemos de amar más, hemos de amar sin límites. Y veremos cuánto bien pondrá Dios en este mundo. Esto es lo que Él nos pide. No limitar ni rebajar nuestro amor. Foguearlo más y más cada día en la oración. Que este sea uno de nuestros principales propósitos: ser hombres y mujeres de oración, de una profunda vida interior.

Por amor seguimos sirviendo a la Iglesia. Desinteresadamente. No por el beneficio que nos reporta.

Por amor seguimos haciendo vida el carisma tan hermoso y fecundo que Dios ha querido regalarnos. Por amor buscamos hacerlo fructificar. Por amor lo queremos compartir para que muchas otras personas se enriquezcan espiritualmente con los dones que de Él hemos recibido y así lleguemos a la meta final de nuestras vidas: el cielo.

Por amor, seguimos caminando juntos, apoyándonos, brindándonos comprensión unos a otros. Por amor buscamos reforzar aún más la unidad y el espíritu de familia, este tesoro sin precio que tanta paz y serenidad infunde en nuestras comunidades y equipos.

Por amor, seguimos al lado de todos nuestros compañeros del Regnum Christi, de nuestros amigos, familiares, bienhechores y de cuantos Dios pone en nuestro camino, para que todos encuentren en nosotros los cireneos que les ayuden a cargar su cruz en el seguimiento de Jesucristo.

7. Queridos amigos y miembros del Regnum Christi, les invito a llevar ante la presencia de Jesucristo en la Eucaristía estas consideraciones, fruto de largas y profundas reflexiones que hemos hecho junto con los miembros del consejo general y los directores territoriales. Y allí, de la mano de la Santísima Virgen, meditar estas cosas, renovar nuestro “sí”, hoy más lúcido, más coherente, más sufrido; también más gozoso. Y pedirle que a todos nos conceda, como a María, la gracia de aceptar con fe luminosa sus designios, de mirar con esperanza inquebrantable hacia el futuro, y de comprometernos a vivir en la caridad en cada momento presente.

Muy unidos en la oración y en la misión común encomendada, quedo de todos ustedes, afmo. servidor en Jesucristo,

P. Álvaro Corcuera, L.C.

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